Tessy sale del baño envuelta en un mullido albornoz blanco con
el pelo húmedo de un color rubio resplandeciente.
−¿Qué tal?−dice y se deja caer en el sofá y enciende un
cigarrillo.
−Mmmm, me gusta− le digo− Te hace sofisticada.
−Tengo que conseguir ese papel como sea−dice Tessy expulsando
el humo como si fuera una estrella de Hollywood− Sé que puedo hacerlo…
El albornoz deja ver
un triangulo de piel untuosa y brillante y el nacimiento de los pechos. A veces
me sorprendo mirando a Tessy con esa atracción soterrada que me despiertan
las personas guapas. Siento envidia al verla tan a gusto dentro de su piel
− ¿Entonces qué, me acompañarás?
−No sé, si Frank se entera se pondrá hecho una fiera.
−No tiene porqué enterarse si tu no se lo dices. Además,
deja a Frank fuera. Esto es entre tú y yo.
− ¡Vale, déjame pensarlo!
No le digo que nunca he estado en un Sex shop. Que no he
visto en mi vida una película porno. Siento curiosidad y morbo aunque jamás lo
reconocería delante de Tessy.
Cuando vuelvo a casa, me da rabia al ver Frank frente a la tele, jugando con la consola y bebiendo cerveza. El salón es indigno con las paredes
amarillentas y la pequeña ventana abierta al patio interior; los muebles formando
un conjunto patético. Todo me parece mucho más feo y descolorido que de
costumbre.
– Quita los pies de
la mesa− le digo mientras dejo las llaves − ¿cuántas veces tengo que decírtelo?
- Vale, vale. ¿De
dónde sales? Llego a casa y no estás. Se supone que deberías tener la comida lista.
¿No? ¿Y tú qué haces? Te pasas el día en
casa de tu amiguita cuando sabes que no me gusta que vayas con esa puta.
−Deja aTessy en paz. –le digo
−Ha vuelto a llamar tu madre, ni en Madrid puede dejarnos
tranquilos.
Con un gesto de hastío, Frank vuelve a poner los pies sobre
la mesa, da un trago del botellín y suelta un eructo que parece que hayan tirado
un petardo en el salón.
– Eres un cerdo− le
digo− Me tienes harta.
Cada mañana, al levantarme, lo primero que veo es mi
insatisfacción reflejada en el espejo del baño. « Otro día más» pienso,
sintiéndome cada vez más inútil. Creía
que las cosas mejorarían al venir a Madrid, que lejos de mi madre sería libre,
por fin, para hacer mi vida, pero está
claro que ni Cuenca ni mi madre son el problema.
Cada mañana, mientras preparo el
café, imagino el largo y monótono día que me espera: Horas encorvada frente a
la caja registradora, pasando productos por el lector, con la cabeza baja
intentando evitar el contacto, porque me ponen muy nerviosa los desconocidos. Pasadas
las ocho de la tarde regresaré a casa.
Tendré la cena lista para cuando vuelva Frank, veremos alguna serie sin tener
apenas nada que decirnos y nos iremos a la cama a dormir, eso en el mejor de
los casos, si es que a Frank no le da por ponerse cariñoso…
Odio mi vida.
No hace ni diez minutos que Frank se ha marchado al campo, a ver el partido
con sus amigos, cuando Tessy pasa a recogerme. Está perfecta, como siempre, con
sus tejanos gastados y una torerita roja a juego con los zapatos de tacón. No
puedo evitar sentirme como una provinciana. A veces me pregunto qué es lo que
Tessy ve en mí. ¿Por qué se empeña en ser mi amiga? Tessy representa todo lo
que yo no soy, a su lado vislumbro ese mundo excitante y colorido que está
fuera de mi alcance. −Estas lista−Me dice con la más encantadora de sus
sonrisas.
Conduce hasta el centro. Quiere comprar un vibrador porque sus relaciones con los tíos la agotan y
la desvían de su objetivo, que es convertirse en actriz !Ojala tuviera yo algún
tipo de objetivo¡
Aparca en un hueco, bajo la marquesina del teatro Monumental.
Me pregunto cómo he podido dejarme arrastrar hasta aquí, ya me estoy arrepintiendo. El día
es radiante y la gente pasea por las aceras. Algunas señoras salen del
mercado de Antón Martín cargadas con
bolsas de la compra y un ciego vocea los cupones junto a la puerta. Poco más abajo, en la misma acera, el sex
shop parpadea y nos hace guiños con sus luces de neón. Me muero de la vergüenza
de que alguien pueda verme entrar ahí.
Es una posibilidad remota, porque
apenas conozco a nadie en la ciudad, pero no puedo evitar mirar a un lado y a
otro por si veo alguna cara conocida. Tessy cruza la calle decidida, sorteando
los coches con seguridad, sin esperar a que el semáforo se ponga verde y me
acucia para que la imite pero yo me
quedo quieta en la acera, esperando, porque los coches y el tráfico me aturden.
El sex shop está tranquilo a estas horas. Algunos clientes solitarios ojean
revistas porno y otros se pierden por el pasillo donde están las cabinas del
Peep Show. Por megafonía, una voz anuncia el inminente comienzo del espectáculo
de sexo en vivo. Tessy se para frente a una estantería repleta de vibradores.
Se pone a toquetear sin pudor las pollas de goma y yo estoy detrás de ella,
muerta de la vergüenza. Hay cosas tan horribles en estos estantes… Vibradores
color rosa chicle o verde radioactivo que me recuerdan a una especie de
percebes galácticos. Son un espanto. Tessy elige uno plateado, de buen
tamaño, semejante a un supositorio
gigante con una rueda abajo que lo hace vibrar.
– Creo que me voy a llevar este – me dice, volviéndose para que lo vea-
Funciona con pilas. ¿Te gusta?
−Mucho−le contesto
mirando para otro lado asqueada.
Paga en la caja y
pide que le cambien un billete en
monedas. La cajera hace como yo. Ni se
molesta en levantar la vista para mirarnos.
– ¡Vamos!- me dice
dándome un empujón y me dejo arrastrar
sin oponer resistencia, como un monigote, hasta las cabinas del fondo.
Avanzamos por un pasillo enmoquetado sumido en una penumbra rojiza, lleno de
puertas cerradas con una luz arriba, roja o verde según estén ocupadas o no. A
pesar de la música ambiental, parece extrañamente silencioso. Huele a una
mezcla inmunda de ambientador, humo de cigarrillos y humanidad. Es un olor húmedo, algo salado que
me revuelve el estómago. El pasillo, siniestro y pernicioso, se pierde en una
curva y está desierto. Ruego para que nadie salga de alguna de esas puertas y
nos pille infraganti, como si fuéramos delincuentes.
Pensará que somos unas guarras y unas viciosas y dios sabe qué, aunque claro,
tampoco es que él venga de echarle de comer a las palomas. El símil me parece desacertado. Nos colamos en una cabina vacía y Tessy
cierra la puerta. Es un cubículo de uno por uno con una papelera en una esquina
llena de servilletas sospechosas. Hay una ventanilla con una persiana que se abre, como un telón,
cuando Tessy echa monedas por una ranura y comienzan a parpadear unos dígitos
que nos avisan del tiempo de que disponemos para mirar a través del cristal. Al
otro lado, una pareja folla sobre una
plataforma que gira para que se pueda ver el espectáculo desde todos los ángulos.
Lo primero que se me viene a la cabeza es la cajita de música que tenía mi abuela sobre
el tocador de su dormitorio. Si le dabas cuerda, una muñequita empezaba a girar
al compás de una musiquilla monótona. Esto es algo parecido, solo que mucho más
guarro. La chica está a cuatro patas,
sobre un tapizado azul. Es rubia y bastante guapa, con una melenita corta y los
labios de un rojo cereza. Gime sin parar meneando el culo, pero me parece
distraída, como si estuviera pensando “en
sus cosas”. El hombre la penetra a embestidas por detrás poniendo posturas
y enseña músculos. Es una coreografía, me digo, una farsa. Pero también es algo impúdico, de una crudeza
que me produce una sensación tan
intensa, tan real, que siento como si me
faltara el aire. Me quedo inmóvil, mirando hipnotizada la escena. La sensación es
tan confusa… Mientras en mi cabeza siento el rechazo, mi cuerpo reacciona
con un hormigueo húmedo en la entrepierna
que me sorprende y me deja descolocada.
Miro a Tessy, que observa la escena
ajena a todo lo que ocurre detrás del cristal, y respiro aliviada al darme
cuenta de que no se ha percatado de nada y entonces ella me da unos golpes con
el codo y me dice: “Has visto que rabo?” Y la persiana se cierra, porque se han
acabado las monedas y salimos de allí y yo estoy temblando, con las piernas que
apenas me sostienen y agradezco el aire fresco cuando salimos a la calle.
Paso el resto de la
tarde sola en casa y aprovecho para hacer limpieza y poner un poco de orden en
mi cabeza. Me encuentro en un estado de ansiedad desconcertante. Mientras
limpio, compulsivamente, no consigo
quitarme de encima la imagen de la pareja haciendo sexo. ¿Qué ha pasado? Tengo la sensación de que algo inquietante se
ha despertado en mí y el detonante ha sido la imagen de la chica a cuatro patas
entregada a algo tan íntimo sin ningún pudor. Intento imaginármela en su vida cotidiana. Seguro que es una vida
normal y ordinaria como la mía. Limpiará la casa y hará la compra y todo ese
montón de cosas que hacemos las mujeres pero ella carga a su espalda con una historia,
un secreto… Ha cruzado una línea roja y en mi imaginación eso la convierte en
una especie de heroína, en una santa. Me
siento a punto de estallar.
Cuando Frank vuelve a casa, follamos. Está eufórico, porque ha ganado su equipo y no
nota nada extraño. Las cervezas y los chupitos de vodka que me he bebido, se me
han subido a la cabeza y estoy borracha y el
alcohol hace que me sienta
extrañamente lúcida y excitada. Creo que es la primera vez que realmente
deseo hacerlo con Frank. Me siento
hambrienta y me entrego sin control, de una manera casi desesperada. Cierro los
ojos y me imagino girando sobre aquella plataforma de moqueta azul. Casi puedo
sentir la fricción del roce de la fibra quemándome las rodillas y la excitación
morbosa que provoco en los desconocidos que me observan a través del cristal.
Me siento poderosa convertida en un
objeto de deseo y entonces, mi cuerpo explota como un globo y se hace agua. El
placer es tan intenso que lo siento subir, casi quemándome, por la espina dorsal
hasta la cabeza y me derrumbo saciada y exhausta, creyendo que me desmayo.
Entonces Frank se hace presente y dice: “Joder tía, qué pasada de polvo” y yo
abro los ojos y lo miro y me doy la vuelta sin decir nada. Quiero atesorar este
momento que es mío, solo mío. Deseo que se vaya y me deje sola, porque necesito
pensar. Tengo miedo de todo lo que ha pasado y miedo también de que no se
vuelva a repetir.
No puedo dormir. Doy vueltas inquieta y sudorosa mientras
Frank ronca a pierna suelta a mi lado.
Cuando no puedo más, me levanto de la cama y angustiada me asomo a la ventana
buscando un poco de aire pero la noche es tan bochornosa, tan silenciosa e
inmóvil, que parece un escenario vacío iluminado por una luna artificial. El
aire no se mueve en este tiempo congelado y yo soy la única cosa que respira y siento mi corazón latir acelerado y es como
si toda yo desprendiera una energía que choca con un muro invisible y vuelve a
mí golpeándome con una fuerza renovada. Me meto bajo la ducha en un intento vano
de apaciguarme. Me enjabono con rabia y dejo que el agua fría arrastre toda la
inmundicia de mi cuerpo, porque así me siento: sucia e inmunda. Luego me seco y miro mi imagen en el espejo. Soy yo, la Blanca de
siempre, con el pelo mojado cayéndome sobre la cara y los labios ligeramente
hinchados. Mis ojos tienen una determinación y brillo diferente, parece como si quisieran decirme algo. Se ha abierto una brecha y hay
un montón de preguntas que esperan respuesta flotando en el aire.

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