Tan solo una carretera separa la
casa de las dunas de hierba, de la arena
y del mar. Un pequeño jardín con cancela y luego la fachada estucada en blanco
con ventanas altas con parteluz y postigos verdes que mi madre cierra al mediodía
para impedir que entre el calor. El fragor de las olas rompe la calma en la
hora de la siesta. Estoy tumbado en la cama. Imagino las tetas de Sally Waller
mientras me la meneo. Últimamente, mi
polla ha empezado a tener vida propia. Me levanto ya con el palo en
alto y durante el día, sin motivo
aparente, noto como empieza a presionar contra los vaqueros y tengo que
encerrarme con urgencia en el lavabo. Por las noches aprieto el miembro entumecido
contra el colchón y me muevo con un ritmo lento hasta que toda la tensión, esa
hinchazón explota en una oleada de placer.
En eso ando cuando empiezan de
nuevo los gritos en la planta de abajo.
Me pongo un pantalón corto, una
camiseta y mis viejas John Smith y salgo a la calle para no escucharlos. Todos
el mundo parece resguardarse del calor de agosto a estas horas, ni un pájaro,
ni un insecto, nada se mueve en la calle. Me quedo de pie, impotente, bajo la
sombra de un árbol mientras las voces logran atravesar las paredes y me rompen los
oídos. Otra pelea, otra más, ya he perdido la cuenta. Está claro que no se
soportan, que la palabra divorcio va a dejar de ser una amenaza para
convertirse en una realidad.
—Parece que tienen algún problema—
dice un chaval que aparece de pronto, como un fantasma. No le he oído llegar. —Me
alegro que esta vez no sean los míos los que se pelean.
— Me llamo Dylan—dice y me tiende
la mano— Vivo un poco más arriba, en la casa con las ventanas azules. ¿Te
apetece un helado?
Echamos a andar bajo el sol hacía
el paseo marítimo donde a pesar de la hora, las terrazas de los pubs están llenas
de gente. Huele a bronceador de coco y a pescado a la parrilla.
Dylan tiene
catorce años, uno más que yo, aunque somos igual de altos. Tiene el pelo rubio,
ensortijado, es flaco, pero fuerte a la vez. Me pregunta que de donde soy y le
digo que vivo en Londres, que es la primera vez que paso las vacaciones en St.
Yves y que creo que mis padres se van a divorciar.
Los
suyos tienen un pequeño hotel junto al puerto. Durante el año estudia en un
internado cerca de Truro, porque sus padres, entre el trabajo y las broncas, no
tienen tiempo para ocuparse de él.
—Ya ves,
—me dice— no eres el único que tiene problemas.
No le
gusta el internado, pero prefiere no hablar de eso. Hablamos de películas, de «Stargate»
de «Jumanji » y de «La lista de Schindler», de la música que nos gusta: Oasis, Prefab
Sprout, Blur a Dylan le gustan los Smashing Pumpkins y Madonna y odia a las Spice Girls. Dice que « El señor de las
moscas» es uno de sus libros favoritos.
A mí no me gusta leer, los libro me aburren y me dan sueño.
Con los
días se forja entre nosotros una alianza natural. Dylan siempre decide lo que
vamos a hacer y yo me dejo llevar. Son los roles más sencillos para ambos.
Pasamos tanto tiempo juntos que es
como si fuéramos amigos de toda la vida. Por las mañanas vamos la playa,
hacemos excursiones en bicicleta y Dylan
me enseña los lugares más pintorescos de
St. Yves y también sus rincones secretos. Vamos al cine, jugamos a la Nintendo o bajamos a callejear por el pueblo, por las
tiendas y los puestos de mercadillo que llenan el paseo marítimo al ponerse el
sol. Nos hacemos inseparables, creo que nunca he tenido un amigo como Dylan.
— Mira a esos — dice Dylan y da un
lengüetazo a su helado de chocolate. Estamos sentados en un murete de piedra,
en el paseo y señala a dos negros que pasan por delante montados en monopatín —
¿Sabes que los negros tienen la polla el doble de grande que los blancos?
Le miro sorprendido, no sé a dónde quiere ir a parar.
—Y tú ¿Cómo lo sabes?
—Yo sé muchas cosas—dice y recoge
con la lengua las gotas de chocolate que resbalan por el cucurucho y su cara se
ilumina con una sonrisa enigmática— quizás algún día, si te portas bien, te las
cuente.
—¡Ven!—dice cambiando de tema y
echa a correr— vamos a bañarnos. Conozco un sitio donde tendremos la playa solo
para ti y para mí.
El sol empieza a caer cuando cruzamos
la vía del tren, atravesamos un bosquecillo de pinos y bajamos por las rocas a
una cala pequeña y vacía. El agua golpea con desgana una vieja barca abandonada
en la arena. Una barca de madera blanca y azul con la pintura desconchada y
comida por la sal. Dylan empieza a quitarse la ropa y de pronto está desnudo.
Mi mirada se desvía, de una manera involuntaria, hacia su entrepierna. Me pasa
siempre: en los vestuarios del colegio, en los urinarios, ante cualquier
oportunidad de comparar mi cuerpo con los demás, de ver quien la tiene más
grande o más pequeña. Él me mira, hay algo de malicia en sus ojos.
— ¡Venga,
no seas tímido!
Echa a
correr, una carrerilla precipitada por la arena. Lo observo alejarse hasta que su
cuerpo desnudo, un cuerpo fuerte, tenso, sólido, se zambulle en el agua y lanza salpicaduras al
aire. Pero no le sigo. Me quedo sentado en la arena, turbado ante la visión del
calzoncillo blanco que corona el montón de ropa arrugada, en un estado
emocional extraño y contradictorio. Cuando sale del agua goteando, con la piel
de gallina de un color azulado, evito mirarlo. Hacemos el camino de regreso
apenas sin hablar.
—Tienes
comida suficiente en la nevera. No te vayas muy tarde a la cama y por favor,
Jasper espero que no hagas nada de lo que después te tengas que arrepentir…
—Sube al
coche, Emma. Es tarde—le grita mi padre ya al volante.
Mi madre
lo mira con fastidio y me da un beso y me dice adiós con la mano mientras el
coche se aleja. Saltó de alegría cuando desaparecen de mi vista. Regresan a Londres, al funeral de un amigo íntimo de
papa. He tenido que prometerles de todo para que me dejen quedarme solo en St.
Yves. Convenzo a Dylan para que se quede
a dormir en mi casa.
Jugamos a la Nintendo, comemos
pizza y patatas fritas y vemos la película «Clueless», que hemos alquilado en
el video club. Fumamos y bebemos licor de una botella de reserva de mi padre hasta
que acabamos medio borrachos y nos quedamos fritos en el sofá.
Abro los
ojos y estoy mareado y no sé qué hora es, pero debe ser tardísimo. Despierto a Dylan.
—Será
mejor que nos vayamos a la cama— le digo.
Nos
acostamos en mi cama, todo me da vueltas y que me quedo dormido enseguida. No
sé cuánto tiempo ha pasado cuando abro los ojos y siento el cuerpo de Dylan
moviéndose lentamente pegado a mi espalda, su respiración contenida, su polla
dura apretándose contra mi culo. No reacciono, me quedo quieto, sin mover un
músculo, intento que no se dé cuenta que
me he despertado. Estoy aturdido y mortificado porque quiero que «eso» pare,
pero al mismo tiempo siento que no lo quiero.
Paso unos días abrumado, inseguro
y lleno de dudas. Hasta ahora pensaba que no hay nada peor en el mundo que ser
gay, un moña. Me acuerdo de un chico afeminado de mi colegio llamado Bruce.
Cada vez que Bruce entra en las duchas, alguien dice algo del estilo: «Cuidado,
que no se os caiga el jabón que Bruce está aquí.» Cosas así. Los chicos de mi
clase no dejamos de meternos con él, somos
crueles con los más débiles y con los que son diferentes. Tenemos que demostrar
ante los demás nuestra fortaleza y nuestra «normalidad» y lo hacemos
burlándonos de chicos como Bruce por ser blandito y un cagueta, por ser un
maricón y un moña.
Los días siguientes es como si
«eso» no hubiera ocurrido. Pero ha ocurrido aunque no se hable de ello. No
puedo quitármelo de la cabeza. Tengo la sensación de que algo se me escapa, algo esencial cuya revelación me
inquieta.
Las
sombras se alargan bajo la luz anaranjada de la tarde. En el horizonte se
acumula una avalancha de nubes que anuncia una noche de lluvias y tormentas
eléctricas. El viento empieza a soplar con fuerza entre los árboles…
Estamos solos en casa de Dylan. Jugamos
a Doom en la
Nintendo y conforme vamos pasando niveles Dylan empieza a removerse nervioso, como si la el
asiento le estuviera quemando el culo.
—A la mierda—dice soltando el mando y
repanchigándose en el sofá. Saca del bolsillo, como el mago que saca un conejo
de la chistera, un cigarrillo arrugado.
—María—dice y quema la punta con un
mechero.
Una vez
fumé María. Mi amigo Roony le robo un poco a su hermano y nos hicimos un canuto
en la parte trasera de su jardín. Me mareé y me puse blanco como el papel de
fumar y acabé potando en el lavabo mientras Roony me aguantaba la cabeza. Nunca
la he vuelto a probar, pero no digo
nada. Dylan da unas caladas, aguanta un poco y expulsa el humo dulzón. Me lo pasa y yo fumo y se lo paso y fumamos
hasta que el cigarrillo nos quema la punta de los dedos y huele a cartón
chamuscado. Dylan trae dos Coronitas y bebemos y parece que con la cerveza y la
hierba la tensión se relaja y empezamos
a reírnos, una risa floja, una risa tonta.
Entonces Dylan
pone un disco de éxitos de los 90 y empezamos a bailar. Bailamos y es como si
en vez de un canuto nos hubiéramos metido un gramo de coca. Estoy sudando,
tengo el corazón a cien cuando empieza a sonar «Nothing Compares 2 U» esa canción lenta de Sinéad O'Connor y Dylan
me coge del brazo, tira de mí y nuestros cuerpos se pegan y bailamos agarrados como
a veces hacen las chicas en las fiestas de los pueblos y yo noto que me estoy
excitando, puede que sea deseo, pero no quiero admitirlo.
— ¿Nunca
has estado con una chica, verdad? — me pregunta de sopetón y nos separamos—Seguro
que en tu colegio hay muchas que se dejan.
— ¿Y tú?
—le pregunto.
—Yo he hecho muchas cosas—dice con
esa sonrisa enigmática suya y me alborota el pelo como si fuera un niño—No
necesito a ninguna chica.
Dylan sale al pasillo sin esperar
respuesta. Al rato, siento correr el agua de la cisterna y luego silencio.
Le llamo pero no contesta. ¿Igual ha
echado la pota en el wáter y ahora está tirado en la cama, mareado, como si se
hubiera subido a algún barco? Eso es lo que me paso a mí aquella vez. Voy a
buscarlo. En el lavabo no hay nadie así
que sigo por el pasillo hasta su habitación y abro la puerta. El cuarto está en
penumbra, apenas se filtra algo de luz a través de la cortina amarillenta.
Vuelvo a llamar.
— ¿Dylan?...
Entonces
lo veo, está ahí delante, desnudo. Lo miro sin poder apartar la vista de su
cuerpo. Estaba ligeramente inclinado hacia delante con las rodillas juntas y
las piernas algo dobladas. Se ha escondido la polla entre las piernas y en su
lugar solo veo un triángulo de piel lisa, sombreado por una pelusilla suave. Lo
miro a los ojos y luego otra vez al triángulo de piel entre las piernas y siento
que algo en mí se tensa, una cuerda situada en algún lugar entre mis intestinos
y la ingle.
— Ven, —dice
Dylan acercándose— hagámoslo…
Pega su
cara a la mía y me susurra al oído.
—Sólo tienes que dejarte llevar, imaginar que
soy una chica…
Yo nunca
he pensado… pero hay algo en Dylan, en su cuerpo… Me quedo inmóvil, como una
estatua de sal, en un estado casi hipnótico y el empieza a desabrocharme el
cinturón muy lentamente y luego me baja los pantalones y los calzoncillos y
libera mi polla que se va hinchando por momentos.
—Haz
como si fuera una mujer.
Dylan se
da la vuelta y pega su cuerpo al mío. Siento su olor y su respiración agitada. Me
coge las manos y las lleva hacia sus caderas. Luego agarra mi polla y la
aprisiona ente sus piernas.
—Así…—dice
con un gemido apagado.
Se pega
todavía más y luego se aparta y repite el mismo movimiento con un ritmo lento.
Puedo oler su pelo, sentír el roce de su piel con la mía.
— ¡Muévete…!
De
repente pienso en mi madre, en lo que diría si llega a descubrir lo que estamos
haciendo. En Bruce, en Roony y en los
chicos de mi clase y los veo gritándome maricón y moña y sarasa a gritos en el
patio. Veo mi polla dura que no debería estarlo, siento un cúmulo de
sensaciones que no debería sentir, estoy a punto de explotar.
Me
separo de Dylan y lo aparto de un empujón violento que lo lanza al suelo.
—Eres un
marica, un puto marica de mierda. — Me escucho decir.
El se
queda allí tirado, no hace nada por levantarse, tan solo me mira con la cara
desencajada, y veo miedo y vergüenza en sus ojos. Siento que le odio, que una
furia ciega y al mismo tiempo provocada se apodera de mí, algo irracional y
frenético que es como un medio para lograr alejarme de Dylan y de «eso».
Me subo
los calzoncillos y los pantalones y le doy una patada en las costillas, y luego
otra y salgo huyendo de la habitación.
—Yo no
soy como tú ¿me oyes?— grito mientras bajo las escaleras— Yo no soy un marica.
No quiero volver a verte. No quiero
tener nada que ver con maricones como tú.
Un
trueno suena en la distancia: « maricón». Corro por la calle, siento que me
ahogo, que el llanto me araña la garganta mientras oigo risas y voces que en mi
cabeza que gritan a todo pulmón: ¡Moña!,
¡bujarrón!, ¡sarasa!, ¡reinona!, ¡chupapollas!, ¡mariquita!, ¡mariposón!, ¡invertido!,
¡puto!, ¡desviado!, ¡julandrón!, ¡loca!, ¡sopla nucas!, ¡tragasables!, ¡mamón!…
La
tormenta descarga con furia durante la noche. Una batalla de truenos,
relámpagos, agua y viento se confunde con mi propia batalla.
Acurrucado
en una esquina de la habitación me rechinan los dientes y me tiembla todo,
tanto que si no me abrazo con fuerza las rodillas creo que me voy a
descuajaringar. Todo lo que oigo es el repiqueteo de la lluvia y el viento
barriendo las ramas. Todo lo que veo son los hombros y la espalda de Dylan en la
penumbra, todo lo que escucho son sus palabras susurradas a mi oído: «Haz ver
que soy ella, haz que sea verdad, en tu mente…»
Si
cierro los ojos lo huelo…
Si
cierro los ojos lo veo reír, con esa risa suya llena de enigmas…
Si
cierro los ojos lo veo encogido en el suelo, mirándome asustado, con sus ojos
tristes y vacios.
No he
vuelto a ver a Dylan. He llamado a su puerta, he gritado su nombre a la ventana
sin obtener respuesta. Fui a buscarlo al
hotel pero su madre no quiso decirme donde estaba, tan solo que me fuera, que
era mejor que lo dejara en paz. La casa desde entonces permanece cerrada y
ahora que me marcho, que mi padre está terminando de cargar las maletas en el
coche, me acerco y le llamo por última vez. No puedo soportar el pensamiento de
que no voy a volverlo a ver, de que no voy a poder pedirle perdón y decirle que
lo siento, que nunca le voy a olvidar. Por primera vez me doy cuenta de lo solo
que estoy, de lo solo que está todo el mundo en realidad.
El coche
arranca y al pasar junto a la casa de Dylan, miro hacia la ventana de su
habitación y creo ver un ligero movimiento, un ligero temblor en la cortina
amarilla y una sombra que se esfuma como una mancha de agua bajo el sol.
Lo que son las casualidades, esta noche, menos de media hora atrás, escuché esta canción, pero en su versión original...y leyéndote, me parecía ver la historia como si fuera una película.
ResponderEliminarUna vez más logras sorprenderme y me dejas pensando. Un excelente relato, sin dudas.
Un beso.
Gracias Alma. Me alegro mucho que te haya gustado. Un beso
EliminarPero el Dr. Itua, practicante tradicional de hierbas en África, ha curado el VIH/cáncer que se extrae de algunas hierbas raras. Existe un gran potencial para curar el SIDA y el cáncer al 100% sin dejar residuos. La medicina herbal del Dr. Itua ya ha revisado varios blogs sobre cómo usa sus poderosas hierbas para curar todo tipo de dolencias como. Herpes, VIH, enfermedad de Cushing, insuficiencia cardíaca, esclerosis múltiple, hipertensión, cáncer colorrectal, diabetes, hepatitis, VPH, erección débil enfermedad de Lyme, cáncer de sangre, enfermedad de Alzheimer, cáncer de cerebro, cáncer de mama, cáncer de pulmón, VIH_cáncer de riñón, herpes, EPOC, glaucoma, cataratas, degeneración macular, enfermedad cardiovascular, enfermedad pulmonar, agrandamiento de la próstata, osteoporosis, enfermedad de Alzheimer,
ResponderEliminarDemencia, removedor de verrugas, herpes labial, epilepsia, también su refuerzo inmunológico a base de hierbas. Digo esto porque él está usando su medicina a base de hierbas para curarme de la hepatitis B y el VIH con los que he estado viviendo durante 9 meses sin efectos secundarios. La medicina herbal es igual de buena cuando la bebo, aunque tengo que usar el baño después de beberla, lo cual realmente no me importa porque solo quiero sacar el virus de mi cuerpo, recomendaría al Dr. Itua a cualquiera. que está enfermo aquí para contactar al Dr. Itua con la siguiente información.
Correo electrónico...drituaherbalcenter@gmail.com /
Tienda en línea https://drituaherbalcenter.com/shop/
Es posible que tarde en responder porque siempre está ocupado con las patentes, pero seguramente se pondrá en contacto con usted con una respuesta positiva.