—Su locura— continuó— sembró de terror estas tierras y escribió la leyenda negra que aún hoy nos persigue. Cuando todo salió a la luz, el reverendo Young desapareció con sus más fieles seguidores evitando así la prisión o la horca. Según cuentan, buscaron un lugar secreto donde continuar con su siniestro experimento.
—Nosotros somos descendientes de los que se quedaron. Como podrá comprobar, son dos los apellidos que dominan los registros locales: Jessop y Barlow. Ya ve usted, Doctor Pemberton, seguimos imbuidos en nuestros miedos y supercherías. Debe tener paciencia. Al final, todos acabaremos pasando por su consulta. Somos gente rustica que recelamos de todo lo que viene de fuera. Aquí siempre nos hemos curado con hierbas y remedios antiguos.
Esa noche no pude apartar de mi
cabeza la historia del reverendo MeredithYoung, el sectario pastor mormón de la
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que, a principios del
siglo XIX ,había fundado Crow’s Lake, una comunidad polígama cuyo propósito era
alcanzar la pureza genética. Los hombres tenían 20, 30 esposas; engendraban 100,
200 hijos. Su locura fue creciendo
conforme lo hacía la comunidad. Los
adolescentes genéticamente fallidos eran llevados al lago, en lo que llamaron
“La Noche de la Purga” y arrojados a sus aguas negras. El bosque se llenó de
lamentos y llantos de los espíritus de aquellos
niños vagando perdidos entre la espesura. Algunas familias colgaron de los árboles carrillones de viento, campánulas
y corazones metálicos para que la música los acompañara, aplacara su ira y no se sintieran olvidados.
El Sr. Barlow, al finalizar la
charla y antes de retirarse a sus aposentos, me propuso asistir, como testigo
invisible, a la conmemoración de “La Purga” que se celebraría la madrugada del sábado
siguiente.
Hacía tan solo tres semanas que
había llegado a esta pequeña población asentada junto al lago Crow , una zona
boscosa de la región de Short Creek, en
la frontera de Arizona y Utah. La gente, más que andar, parecía
deslizarse silenciosa por las calles. Todos compartían unos rasgos faciales inusuales:
la frente prominente, orejas bajas, ojos espaciados tan inexpresivos como el
visor de una cámara fotográfica y una mandíbula pequeña, prominente.
Sin wifi ni cobertura, mataba las
horas en la consulta vacía, estudiando la historia local en los libros que, amablemente, me proporcionaba
la sexagenaria Sra. Jessop, la bibliotecaria.
La noche de “La Purga” bajamos por
el camino del lago y atravesamos el antiguo cementerio bajo la luz de la luna.
Cientos de cuervos nos observaban desde las tumbas, correteando excitados por
el camino que llevaba a una iglesia ruinosa. Tras un chirrido de goznes
oxidados, nuestras pisadas resonaron como un eco en la penumbra mal ventilada
del templo. Avanzábamos por la nave central hasta el altar donde un retablo, de
oro viejo desconchado, mostraba una crucifixión. A través de los vitrales, la
luna dibujaba tenues manchas azules,
naranjas y púrpuras sobre las paredes. Filas
de bancos polvorientos se alineaban en los pasillos laterales frente al
órgano y a una vieja pila bautismal de piedra.
El Sr. Barlow abrió una puerta. Atravesamos
la sacristía y subimos por una estrecha escalera hasta un pequeño palco medio oculto detrás del
órgano.
— Desde aquí — me farfulló —observaremos
sin ser vistos.
Al rato, un sonido metálico de campanillas precedió la aparición de un desfile de
feligreses portando velas. A pesar de la penumbra, acerté a reconocer a la Sra.
Jessop, la bibliotecaria; a la maestra;
al ayudante del Sheriff Hoffman. Salmodiaban una melodía monótona mientras en el púlpito,
el oficiante agitaba una campanilla conformando
una escena casi hipnótica. Entonces un golpe de aire abrió las puertas de par en par
y una riada de cuervos, entre graznidos y batir de alas, penetraron en la
iglesia y se posicionaron en el altar, sobre el órgano, en la pila de piedra.
El oficiante levantó las manos invocando algo apenas audible y un escalofrío me
cruzó la espalda cuando vi como aquellos pájaros negros transmutaban en los espíritus
translucidos de los niños perdidos del lago.
« ¡Oh, escuchad los nombres!»
Entonaron las voces.
Sentí la mano del Sr. Barlow cerrándose con fuerza sobre
mi antebrazo.
—Creo que ha llegado la hora de
que bajemos Sr. Pemberton. Los vivos y los muertos nos esperan. Ojalá sepa
apreciar el recibimiento que le hemos preparado…
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