Cuento de Mercè Rodoreda del libro "La meva Cristina i altres contes".
Me
pesa hacerle abrir la puerta cuando acababa de cerrar, pero es que su mercería
es la única que me coge de paso al salir de la obra. Ya hace unos cuantos días
que miro el escaparate... Dará risa el que un hombre de mi edad, sucio de
cemento y cansado de trajinar por los andamios... Permítame que me seque el
sudor del cuello; el polvo del cemento se me mete en las grietas de la piel y
con el sudor me escuecen. Bueno, yo quería... En su escaparate hay de todo
menos de lo que yo quisiera..., pero quizá no lo tiene usted puesto porque no
está bonito ponerlo. Tiene usted collares, alfileres, hilos de todas clases. Se
nota que esto de los hilos es una cosa que a las mujeres las vuelve locas...
Cuando era pequeño andaba en el canasto de la costura de mi madre y ensartaba
los ovillos en una aguja de hacer punto y me entretenía dándoles vueltas. Da
risa el que un grandullón como yo era se divirtiese de esa manera, pero, ya se
sabe, cosas de la vida. Hoy es el día de mi mujer y seguro que se cree que no
voy a regalarle nada, que no me acuerdo. Lo que yo quisiera, en las mercerías
a veces lo tienen dentro de unas cajas grandes de cartón... ¿Qué le parece a
usted si le regalase un collarcito? Pero no; no le gustan. Cuando nos casamos le
compré uno con las cuentas de cristal color vino de Málaga; le pregunté si le
gustaba y me dijo; sí, me gusta mucho. Pero no se lo puso ni una sola vez. Y
cuando le preguntaba, de vez en cuando para no cansarla: ¿no te pones el
collar?, decía que era de mucho vestir para ella, y que si se lo ponía le
parecía que parecía una vitrina. Y no hubo manera, no señor, de sacarla de ahí.
Rafaelito, nuestro primer nieto, que nació con un montón de pelos y seis dedos
en cada pie, utilizó el collar para jugar a las canicas. Bueno, veo que la
estoy entreteniendo, pero es que hay cosas difíciles para un hombre. A mí,
mándeme usted a comprar lo que sea de cosas de comer, no soy de esos a los que
avergüenza ir con el cesto; al contrario, me gusta escoger la carne; el
carnicero y yo somos amigos desde el nacimiento; y también escoger el pescado.
La pescadera, bueno, sus padres, ya le vendían pescado a los míos. Pero cuando
se trata de comprar cosas que no sean de comer... ya me tiene usted más perdido
que un mochuelo en pleno día. Aconséjeme usted. ¿Qué cree usted que puedo
regalarle?.. ¿Dos docenas de ovillas de hilo?.. De diferentes colores, pero
sobre todo blanco y negro, que son los colores que siempre hacen falta. A lo
mejor le acertaba el gusto, pero ¡vaya usted a saber! A lo mejor me los tiraba
a la cabeza. Según como esté; a veces, si está de mal humor, me trata como si
fuese un chiquillo... Después de treinta años de matrimonio, un hombre y una
mujer... La culpa de todo la tiene el exceso de confianza. Yo siempre lo digo.
Pero, claro, tanto sueño dormido junto, tantas muertes, tantos nacimientos y
tanto pan nuestro de cada día... ¿Y unas cuantas piezas de cintas? No, claro
que no... ¿Un cuello de ganchillo?... A ver, un cuello de ganchillo. Me parece
que nos vamos acercando..., un cuello de ganchillo. Ella tuvo uno de rosas, con
capullos y hojas. Sólo te faltan las espinas, le decía yo para reírme siempre
que se lo cosía a un vestido. Pero ahora ya apenas se arregla, sólo vive para
la casa. Es una mujer de su casa. Si viese usted cómo lo tiene todo de
brillante... Las copas del aparador, ¡madre mía!, creo que las limpia tres
veces al día, y con un paño de hilo. Las coge de una manera que parece que no
las toca, las pone todas encima de la mesa, y dale que te pego, venga darle
vueltas al paño por dentro. Y luego vuelve a ponerlas en su sitio, unas junto a
otras, como si fuesen soldados con un gorro muy grande. ¡Y el culo de las
cacerolas!... No parece sino que la comida en lugar de cocerla dentro tuviera
que cocerla fuera... En casa todo huele a limpio. ¿Qué se cree usted que hago
yo en cuanto llego? ¿Coger el periódico o escuchar el parte?... Sí, sí; ya me
encontraré preparado un baño de agua soleada en la galería; me obliga a
enjabonarme de la cabeza a los pies y ella misma me enjuaga con una regadera.
Ha hecho una cortina a la medida, de rayas verdes y blancas, para que los
vecinos no me vean. Y en invierno tengo que lavarme en la cocina. Y el trabajo
que le queda luego, recogiendo el agua que se derrama por el suelo. Y si llevo
el pelo un poco largo, me riñe. Y todas las semanas ella misma me corta las
uñas... Bueno, sí, esto que hablábamos del cuello de ganchillo, pues no sé...
¿Y unas madejas de lana para un jersey?.. Claro que no sé las que necesitaría...Y
también comprar lana con este calor y regalarle una cosa que le dará más
trabajo... Permítame que lea lo que dice que hay dentro de las cajas. Botones
dorados, botones de plata, botones de hueso, botones mate. Encajes de bolillo.
Camisetas para niño. Calcetines de fantasía. Patrones. Peines. Mantillas. Ya,
ya veo que tendré que decidirme porque si no me decido usted terminará por
echarme a empujones. Bueno, ahora que ya hemos hablado un rato y que he cogido
un poco más de confianza, ¿sabe usted lo que de verdad de verdad me gustaría?
Unos calzones de señora... larguitas. Con una puntilla rizada abajo que haga
como un volante y una cinta antes del volante pasada por los agujeros con las
puntas atadas en un lazo. ¿Tiene usted?..Y tanto que me ha costado decírselo.
Se volverá loca de alegría. Se los pondré encima de la cama sin que se dé
cuenta y se pegará la gran sorpresa. Le diré: ve a cambiar las sábanas, y se
extrañará mucho; irá a cambiarlas y se encontrará con los calzones. ¡Ay!, se
le ha atascado la tapa. Estas cajas tan grandes son dificultosas para abrir y
cerrar. Ya está. Tanto sufrir por nada. Los que me gustan son estos que tienen
la puntilla más rizada porque parecen como de espuma... La cinta, ¿azul? No,
no. El rosa es más alegre. ¿No se le romperán enseguida, verdad?... Como es tan
hacendosa y no se está un momento quieta..., por lo menos que estén
reforzados. A mí me parece que son fuertes, y si además usted lo dice...Y el
tejido, ¿es de algodón? Parecen bien hechos. Ya se fijará ella, ya. Y no se lo
callará, no. Me gustan, dirá. Y basta. Porque es de pocas palabras, pero dice
todas las necesarias. ¿De qué medida?... Madre mía, ahora sí que estoy perdido.
A ver, extiéndalos... Ella, ¿sabe usted?, está redonda como una calabacita. Por
el pernil necesita por lo menos lo que tienen de cintura. ¿Y dice usted que
ésta es la medida mayor que tiene? Si parecen de muñeca. Cuando tenía veinte
años le hubieran sentado como un guante..., pero nos hemos hecho viejos. Claro,
¿qué le va usted a hacer? Tampoco yo puedo hacer nada. Lo que pasa es que no
veo ninguna otra cosa que pueda gustarle. Ella siempre ha querido cosas que
sirvan Y ahora, ¿qué hago?, dígame. No voy a presentarme con las manos vacías.
Como no sea que compre algo en la pastelería de la esquina... Pero, claro, no
es eso. Un hombre que trabaja tiene tan poco tiempo para las cosas de
cumplido...
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