La caracola.
Él
salió dando un portazo y ella se dejó caer contra la pared con la sensación de
no pisar tierra firme. Un miedo, paralizante, la atravesaba como una corriente
continúa.
Su
sola presencia la intimidaba. Su voz imperiosa. El cuerpo rotundo, provocador,
con el pecho adelantado y los hombros rectos; su seguridad aplastante, su profunda
satisfacción por sí mismo. Ella, en cambio, cada día se sentía más miserable y
oprimida. Su mirada se había ido apagando, su voz se había vuelto tenue e insegura.
Sus movimientos, antaño agiles, eran ahora pesados e imprecisos. Su aspecto ya no
encajaba con su edad.
Que
poco queda de aquellos que fuimos…
Se
acercó a la ventana y contempló el exterior. A lo lejos, el tenue resplandor de
la ciudad era como los rescoldos de un
fuego apagado. Eso era ella, un triste rescoldo consumido y frio. Marco era el
fuego y ella la leña. La incendiaba, la carcomía lentamente hasta convertirla en ceniza.
Ya
no puedo más…
Sintió las lágrimas resbalar por sus
mejillas y se echó a reír. Lo contrario de llorar es reír, le había dicho su
abuela siendo ella una niña. Cuando tengas ganas de llorar ríe, verás como las
lágrimas se neutralizarán. Solo hay que llorar por lo verdaderamente
importante, por lo irreversible.
La recordó sentada en su vieja mecedora
en un rincón del jardín fumando un cigarrillo sin filtro. El tabaco era la
única debilidad que se permitía. El pelo blanco; los ojos azules, acuosos; los
labios pintados de carmín rosado. Una vez le regaló una caracola marina con el
caparazón grueso, de nácar brillante. Un objeto mágico, le dijo. Escucha su
interior, escúchala cuando tengas miedo, cuando estés triste y te sientas
perdida. Deja que el sonido del mar arrastre tu pesar. Busca entonces las
respuestas en tu interior…
Abuela ¿En qué me he convertido?
Buscó la caracola por toda la casa
hasta encontrarla en un viejo baúl. Su tacto le produjo un ligero
estremecimiento. Se tumbó en la cama y la apretó contra su oído dejando que aquel
sonido marino, resacoso y profundo la envolviera.
«No dejes que Marco te intimide ni te
haga sentir mal por ser como eres». La voz de su abuela venía de muy lejos, de
un lugar remoto, inalcanzable. «No dejes que el miedo te paralice, recupera el
control. El conoce tus miedos, puede hacer contigo lo que quiera, te tiene en su
poder».
«Sufres por tu propia indecisión, por
tus dudas, por el miedo a los sueños muertos y el miedo a una vida sin sueños. No
dejes que ese amasijo de angustia y autocompasión que mantienes enterrado ahí
abajo te
ahogue. Déjalo salir. Las heridas cicatrizan mejor si las dejas al aire».
—Pero,
¿a dónde voy a ir? — Murmuró a la estancia vacía — Más allá de estas paredes
solo hay incertidumbre, un mundo desconocido
donde tendría que entrar sola…
«Busca
tu sitio. Huye de esta frágil realidad, de esta tristeza infinita en que se ha
convertido tu vida. Escogiste un camino equivocado. Te perdiste y no es fácil volver a empezar, pero debes ser
fuerte e intentarlo. Desprenderte de todo y echar a andar. Lo contrario es retrasar lo inevitable. No lo pienses, dale a
reiniciar».
Abrió los ojos con una sensación
extraña, sintiendo una determinación que antes no tenía. El efluvio de un olor
conocido flotaba en el aire. Un olor entrañable a jazmín y cigarrillos. El
aroma de su abuela.
Miró a su alrededor y se sorprendió de
que todo siguiera exactamente igual que antes, que no hubiera señal alguna de
que su mundo acababa de cambiar de forma fundamental, definitiva.
A veces, basta sólo callar y escuchar(nos).
ResponderEliminarBello relato, me gustó.
Gracias Alma, me alegro que te gustara. Un abrazo
EliminarBuen arranque para un relato. Acaba de nacer una heroína , con la mentora bien descrita y el objeto cómo motivación bien definido, con sensaciones, sonido, vista, olores...me gusta. Si me permites una pequeña tiquismiquez : “...DARLE (no suena bien)a reiniciar.
ResponderEliminarUn abrazo
Se me coló una erre por ahí. Solucionado.
EliminarGracias por tu amable comentario, Javier. Un abrazo